LA PRISIÓN DE LOS SENTIMIENTOS SALE EL 14 DE JUNIO
TENEMOS FECHA DE LANZAMIENTO Y AGRADECIMIENTOS
La Prisión de los Sentimientos verá la luz el día 14 de junio. Sí, dentro de 21 días. Aunque ya se puede acceder a la preventa en formato digital en este enlace. Qué ganas tenía de decir esto. Y todavía tengo más ganas de que salga a la venta y quitarme este peso de encima. El peso de la responsabilidad y los nervios por que todo salga a la perfección. Es lo que intento conseguir, pese a que es imposible alcanzarla. Es algo así como la felicidad, todos la perseguimos sin ni siquiera saber dónde está. Somos como un niño que camina después de una tormenta, confiando en que sus pasos le lleven allí donde se ve el arcoiris.
Desde que terminé el libro (12 de enero de 2024), han sido cuatro meses realmente duros de revisión. Cosa que odio con todas mis fuerzas, pues no paro de hacerme preguntas sobre la historia, sobre cómo la verán los lectores, de si voy por el camino correcto o si estoy cometiendo una pifia detrás de otra. Si esto que he metido se ha entendido o creeréis que es un error mayúsculo. No porque piense que sois tontos, sino porque igual no he tenido la habilidad suficiente para transmitirlo (bueno, algún tonto seguro que me acaba leyendo, son como una plaga y se expanden. Pero la mayoría sois muy inteligentes). Si el ritmo es muy rápido o muy lento. O si... Yo qué sé.
He reescrito casi todos los capítulos, de modo que el manuscrito original ha crecido sobremanera. En enero contaba con apenas 120.000 palabras. La versión final roza las 150.000. Creo que estas 30.000 palabras añadidas marcan la diferencia para que podáis tener en las manos un libro mejor. O quizás no, no lo sé, mi cabeza es traicionera y pone en jaque todo lo que pienso.
En fin, sé que es un lío, y por ello he decidido explicarme mejor en otras entradas de blog. El contenido en este pequeño rincón de Internet no va a cesar hasta que el libro se publique.
El 31 de mayo tendremos una entrada titulada: El proceso de la Trilogía de la Gente Rota. En ella desgranaré cómo he vivido estos dos años (en relación con los libros; no os preocupéis. No os voy a contar mi vida, tampoco es muy interesante).
El 7 de junio, en la semana previa al lanzamiento, podréis leer la entrada: Cómo NO escribir una novela. Aquí intentaré dar consejos a los más noveles, para que no cometan los mismos errores que yo, ahorren tiempo y no se sientan estúpidos. También puede serviros a los que no tenéis intención de escribir nada, en el caso de que queráis aprender los entresijos de la escritura de un libro, claro. Si no, pues... no. Tampoco vamos a gastar el tiempo a lo tonto.
El 14 de junio, además de que celebraremos la salida del tercer libro, escribiré algo por aquí. No preguntéis el qué, todavía lo tengo que pensar. Y eso me cuesta.
Para finalizar, me gustaría dejar por aquí los agradecimientos que encontraréis al final de la novela. Porque también van para los lectores del blog, para todos aquellos que tengan el interés en leer una palabra que sale de mi teclado. Huelga decir que han sido revisados y reescritos con minuciosidad. Sí, también me obsesiono con los agradecimientos.
Seguramente, la sensación que experimento sea algo muy difícil de comprender. No me envidiéis los no escritores por ello, creedme. A veces, deseo no haber conocido este proceso.
A ver cómo lo explico... Un texto es como la construcción de una casa; primero, pones un ladri... ¡No! Por favor, qué malo es este ejemplo. Ah, ya sé. ¿Alguna vez habéis pensado...? No, iba a decir una chorrada. Perdonadme.
Imagina que te encuentras con un pájaro malherido. Sus alas están rotas y no puede echar a volar. Su plumaje ha perdido el color, y te mira con ojo temeroso mientras lanza sus últimos gorjeos a la vida. Te acercas a él, tus pisadas hacen crujir las hojas del suelo, para él es como un terremoto. Tu figura cubre el sol y envuelve en un manto de sombra al pequeño pájaro; su corazón late desbocado, creyendo que el final va a llegar con premura, y va a ser más terrible de lo que había imaginado. Sin embargo, lo acoges. Haces un cuenco con las manos, lo levantas del suelo y acaricias con el dedo índice su cabeza. Él no sabe si tener miedo o estar agradecido. Al final, se decide y golpea con suavidad con su pico en la yema que lo acaricia.
Os vais a casa, que ahora es de los dos, y la salud de ese pájaro se convierte en tu obsesión. Antes de que te hayas dado cuenta, le has puesto un nombre. Hablas de él como si fuera una parte de ti. Quieres que esté saludable, que luzca lo mejor posible, pues crees que cuando la gente lo vea volar, se acordarán de ti. Lo alimentas, lo curas, hasta que, poco a poco, sus plumas recuperan el color. Ya anda, con vigor. El día menos pensado, sus alas adquieren fuerza y baten para cortar el aire, aunque apenas es capaz de levantar un palmo del suelo. Lo miras con ternura, orgulloso de lo que ha logrado. Te agachas y pones tu mano para que él se pose en ella.
Empiezas a pensar que igual lo mejor es que nadie más vea ese pájaro. Que sea solo tuyo. Quizás los demás no lo sepan apreciar, no sepan ver lo bonito que es. Puede que hasta lo desprecien y le hagan daño. No lo tratarán igual que tú. ¿Estará bien él? ¿Será feliz? Eso te preguntas cada mañana mientras él te despierta con su canto. Cada vez lo hace mejor, como si compusiera una melodía en cada amanecer, como si acompañara la salida del sol con una poesía que calienta lo más profundo de tu corazón. Igual no lo hace tan bien, piensas en tus noches más oscuras. Igual el oído de los demás no escucha lo mismo que tú. Te aferras más a la idea de que nunca nadie disfrutará del pájaro. El terror te invade al creer que puedes estar equivocado.
Sin embargo, es imposible hacer frente a la naturaleza. Las semanas pasan, y el pájaro revolotea por toda la casa. Claramente, se le queda pequeña. Con sus patas se aferra al marco de la ventana, y mira a través del cristal. Su gorjeo se llena de melancolía, pues sabe que él pertenece a ese mundo, que no puede estar constreñido por cuatro paredes, que tus atenciones ya son innecesarias. Que lo tienes que aceptar. Tú te intentas convencer de que el pájaro vivirá contigo para siempre, pero no es así. Es como si intentaras retener el agua que comienza a filtrarse por los agujeros de un dique que se desmorona.
Te empieza a hacer daño la convivencia con ese pájaro, y a la vez necesitas que esté ahí contigo. Tratas de ver defectos en él, para subsanarlos antes de que parta, porque ya eres consciente de que es inevitable. Su canto por las mañanas comienza a teñirse de pena. Y no te queda más remedio que armarte de valor, caminar con paso tembloroso hacia la ventana, abrirla por primera vez en mucho tiempo. El aire te golpea de lleno en el rostro, aunque no es suficiente para explicar las lágrimas que nacen de tus ojos. El pájaro te observa intrigado. Va hacia ti, se posa en tu mano, una última vez, lo acaricias, también por última vez. Extiendes el brazo a la vez que él abre sus alas. Y echa a volar:
AGRADECIMIENTOS
No os he agradecido a todos vosotros la mitad de lo que desearía. Y lo que deseo es el doble de lo que todos merecéis.
Me niego. No lo haré de nuevo. Es imposible que escriba unos agradecimientos tan largos como los de La Senda del Tormento. Me vine arriba. Claro, en el primer libro me dicen que les ha gustado mi forma de hacerlos y, como no estoy acostumbrado a recibir elogios, no sé de qué manera reaccionar.
Total, que me salieron tan largos como un capítulo del libro. No sé si alguien aguantó hasta el final. Yo creo que estaban bien, pero claro, contaba un poco mi vida. Eso es de mi propio interés. Intuyo que no le interesa tanto a los demás.
En fin. Me siento muy afortunado de que alguien esté leyendo estas líneas. Significa que habéis leído o comprado los tres libros de la saga. Es un orgullo para mí. Es eso o que por error os hayáis hecho con este y lo hayáis empezado por el final. Todavía sería más raro que lo hayáis leído desde el principio sin daros cuenta de que faltaba un pelín de contexto. Si es esto último, no os preocupéis. Yo hago cosas peores. Si hubierais leído los agradecimientos del segundo, lo sabríais.
Gracias a todos los que han acompañado a Shajya y Efe en este viaje. Nada sería lo mismo sin vuestro apoyo.
A mi familia, a mis amigos, a mis lectores. Todos habéis contribuido a que llegase hasta el final de esta historia y cumpliese uno de mis sueños.
Y ahora me gustaría dedicarle unas líneas a unas personas de las que todavía no he hablado nunca en los libros. Sin ellos, yo jamás hubiera empezado a escribir. Venga, va a ser lo último que leáis de mí.
Acabemos esto como lo empezamos: juntos.
Quiero agradecer al señor Harry Potter. Sí, él me enseñó lo que era la fantasía. Pasé largas tardes releyendo una y otra vez sus libros, deseando que ese mundo fuera real. Cuando se acercaba el 1 de septiembre, ansiaba que una lechuza dejara en mi buzón una carta con el lacre de Hogwarts. Al final, no pudo ser. Soy un triste muggle (porque la magia existe, no me lo podéis negar). Nunca sabré qué forma tendría mi Patronus, a qué casa decidiría enviarme (Slytherin no) el Sombrero Seleccionador, a qué sabe el zumo de calabaza que preparan los elfos domésticos o cuál es la sensación de volar en una Saeta de Fuego. No sabré lo que es darle un abrazo de oso a Hagrid mientras le digo que Hogwarts no es lo mismo sin él. No recorreré el callejón Diagón para comprar mis libros de texto en Flourish y Blotts, Ollivander jamás me venderá una varita. Tampoco los duendes de Gringotts me observarán con malicia cuando vaya a recoger mis galeones. Y, lo que más me duele, nunca le podré declarar mi amor a Hermione Granger. Seguramente me rechazaría. Pero como soñar es gratis, voy a pensar que me diría que sí.
Te adjunto estos agradecimientos en una carta, Harry. La envío a La Alacena Bajo la Escalera, número 4 de Privet Drive. Espero que te llegue.
No os preocupéis por mí. Hace días que lo superé y he asumido con normalidad que no soy un mago (mientras escribo me doy cuenta de que es mentira). Aunque si os da pena, no os voy a decir que no lloréis, pues no todas las lágrimas son amargas.
También quiero nombrar a J. R. R. Tolkien. Y a Peter Jackson, pues lo primero que conocí y lo que me enamoró fueron las películas. También pasé muchas horas de niño viéndolas. Me imaginaba que un día llegaría a La Tierra Media, agarraría una espada y me uniría a los nueve de la Compañía del Anillo. Azuzaría a mi caballo para huir de los Nazgul. Me detendría para admirar embobado la blanca ciudad de Minas Tirith. Escucharía con el corazón acelerado el discurso de Theoden en los campos de Pelennor (¡Muerte!). Me armaría de valor y cuando estuviera delante de un orco o uruk-hai, le arrancaría la cabeza y… Sí, era un poco violento. Esto aún se nota en mis libros. Pero solo quería matar a los malos. Bueno, con que me dejaran un rato a solas con Grima me podía conformar. Eso me sucedía cuando era un chico soñador, ávido de aventuras. Ahora prefiero fumar en pipa tranquilamente con Gandalf. O acudir a uno de los cumpleaños de Bilbo Bolsón. Sí, creo que Bolsón Cerrado es un lugar ideal para echar raíces.
Gracias por mostrarme la cantidad de cosas que se pueden llegar a crear con la fantasía. Y por enseñarme lo que es amar un mundo imaginario. Quizás alguien piense que estos agradecimientos llegan pronto. Pero no. No llegan pronto, ni tampoco tarde, llegan exactamente cuando me lo propongo.
Podría hablaros de mucha más gente. Largo y tendido. Pero he dicho que no quería extenderme demasiado. Así que solo los nombraré de pasada: C. S. Lewis, Aslan, Lucy, Edmund (tú no), Laura Gallego, Jack, Yandrak, Victoria, Kirtash (tú no), Geralt, Ciri, Robin Hobb, Traspié Hidalgo, Veraz, Burrich, Brandon Sanderson, Kaladin, Kelsier, Vin, Syl (sobre todo tú), Dalinar, Spensa, la yaya, Sazed, Tensoon, George R. R. Martin, Jon Nieve, Tyrion, Arya, Daenerys, Eddard, Nymeria, Fantasma, Hodor, Hediondo (tú no podías faltar), Joe Abercrombie, Logen Nuevededos, Glokta, Bayaz, Monza Murcatto, Escalofríos, Nicomo Cosca, Calder, Savine, Orso, Shy Sur y mi amigo y querido Lamb.
Espero no haberme dejado a nadie. Todos formáis parte de mí. Os guardo para siempre en mi corazón. Los que me conocéis os habréis quedado de piedra. ¿Cómo no ha podido nombrar a…? Tranquilidad. Ahora viene. No sé si le haré justicia. Necesitaría tres días para hablar de él. Y, a los que os esté aburriendo, os digo: Me pregunto qué podríais estar haciendo aquí.
No me olvido de Patrick Rothfuss. Es imposible. Tengo una memoria tan clara y afilada que he de tener cuidado para no cortarme. Además, estoy casi siempre pensando en sus libros. En Kvothe. Y en Denna, para qué os voy a engañar. Temo, porque solo los sacerdotes y los locos no le tienen miedo a nada, que alguien tome represalias contra mí por ser tan pesado con este hombre. No lo puedo evitar, me sentiría muy mal conmigo mismo si no lo hiciera. Además, los huesos sueldan, pero el arrepentimiento perdura para siempre.
Muchas gracias por enseñarme lo que es amar cada letra de un libro. Por las horas que he pasado intentando descubrir cuáles son las siete palabras que consiguen que una mujer se enamore de ti. O cuáles son las diez palabras que pueden llevar a un hombre a la locura. Por enseñarme que las preguntas incómodas son las únicas que merecen la pena. Por hacerme más feliz.
Gracias por lograr que me imagine cantando la Balada de sir Savien Trailard en el Eolio, mientras se rasgan las cuerdas de mi laúd. La canción llega a su punto culminante. Entonces me callo. Aguzo el oído. Esperando escuchar su voz entre el público. Ansiando que ella continúe la letra. Y sí, siempre la oigo cantar.
Cantar. Sí. Eso me recuerda a unas llamas teñidas de azul. Y a un hombre de ojos oscuros y una palidez invernal diciendo, con un terrible placer en la voz, que unos padres no deben cantar canciones.
Muchas gracias porque cada vez que viajo a La Roca de Guía sé que estoy en mi hogar. Sin la ilusión que me transmite, jamás me hubiera convertido en escritor. Mi vida todavía tendría un hueco por rellenar.
Y, por último, gracias a mi madre. Le podría agradecer muchísimas cosas, aunque hoy solo diré que no era escritora, pero me contó la historia más bonita de todas.
A veces no me la creo. Me cuento a mí mismo otra mucho peor. Al final, siempre acaba ganando la de mi madre. Y me hace feliz. Sí. Puede parecer poca cosa, pero si habéis leído este libro con atención, sabréis lo difícil que es.
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