MIS DISCULPAS

 

Os mentí. Os he fallado y me arrepiento, sí. Quizás no lo recordéis, es posible que no le deis importancia, pero yo sí lo hago. Hace dos semanas, cuando anuncié la salida de La Prisión de los Sentimientos, dibujé una hoja de ruta a seguir hasta la publicación del libro. En ella os decía que el 31 de mayo habría una entrada de blog titulada El desarrollo de la Trilogía de la Gente Rota, o algo así.

Y no la hubo, falté a mi palabra.

Sé que lo más fácil es que nadie estuviera actualizando el blog cada media hora para ver si se publicaba. Que igual nadie la quería leer. Pero no dejo de sentirme mal por no haber cumplido con la tarea que yo mismo me puse.

¿Sabéis lo mejor de todo? El artículo está escrito. Dos veces, con dos finales distintos. Y tiene más de 3.000 palabras, lo que equivale a unas diez páginas de libro. ¿Por qué no lo publicaste?, se preguntará alguno.

Bien, intentaré resumirlo para que lo entendáis. El primero de ellos lo escribí hace meses; cuando lo fui a revisar, comprobé que no me sentía identificado con algunas de las ideas que allí había. Era más largo que un domingo sin fútbol, más triste que el quejido lastimero de un perro moribundo y más autocompasivo que… un artículo sobre el desarrollo de la Trilogía de la Gente Rota escrito por mí.

No ha sido un año fácil. Me he exigido más de la cuenta. En doce meses escribí buena parte de La Senda del Tormento (más las eternas y asquerosas revisiones) y el primer borrador de La Prisión de los Sentimientos. Solo en unos pocos meses más, he hecho las eternas y asquerosas revisiones de este último. Estoy extenuado, agotado. Cada vez que pienso en escribir (o en sumergirme en las asquerosas y eternas revisiones), siento una sensación de desagrado. Como cuando escuchas la canción que usas de despertador en un contexto diferente al de levantarte por la mañana. Tu cuerpo la rechaza. Bueno, cuando te levantas por la mañana, también la rechaza, pero ya me entendéis. Creo.

¿Por qué ha pasado esto? Muy sencillo. Cuando publiqué El Deseo del Miedo, yo era muy mal escritor, pero no lo sabía. Lo revisé de cabo a rabo, os lo juro. Creí que era perfecto (qué estúpido). Así que lo saqué a la luz y me puse con la segunda parte. Muy ufano estaba yo cuando la terminé. Quedaba revisarla. Primero, debía releer el primer libro. Lo abrí y… ¿¡Qué mierda ha pasado aquí!? ¿Quién me ha cambiado las páginas de dentro?

Me parecía terrible. Una vergüenza. La ansiedad me invadió hasta tal punto que tomé la decisión de retirar el libro de Amazon. Pasaron las semanas y, cuando se me fue el disgusto, decidí corregir las cosas que veía mal y volver a publicarlo. Así lo hice, discretamente, sin decírselo a nadie.

Ahora tenía que revisar el segundo. Y en ningún caso debía dejar que me sucediera lo mismo. Así que decidí hacer varias revisiones exhaustivas. ¿Cuántas? Ni idea, perdí la cuenta cuando superé la veintena. No creo que fueran muchas más de treinta. Pienso que se notó, que el segundo libro es mucho mejor que el primero. Lo malo fue el precio a pagar. Había mejorado mucho como escritor a costa de volverme infeliz. Vivía obsesionado con el libro.

En esta tesitura, una persona normal hubiera decidido parar. Tomarse un descanso y relajarse, enfocar la escritura de otro modo. Huelga decir que yo me puse de inmediato con el tercer libro. Y no ha sido fácil. Dejémoslo ahí.

Ahora creo haber encontrado un camino para salir de ese bucle de sufrimiento que yo mismo me causo, pero no estoy seguro. Estoy mejor, no os preocupéis. No es una llamada de atención, no es una petición de auxilio. Esto no está escrito para que os compadezcáis.

Sé que es muy resumido. Solo han sido 600 palabras. Igual no se me entiende correctamente. Los otros textos ahondaban más en mis sentimientos, explicaban todo mejor. Pero no me gustan. Me expongo demasiado. Y no tienen un final adecuado. Cuando haya salido del todo del pozo, cuando sepa cómo expresarlo, os lo contaré. Prometido. No me pongo una fecha, no pienso volver a caer en ese error.


Hoy, 7 de junio, estaba previsto que publicase una entrada titulada Cómo NO escribir una novela. En ella daría una serie de consejos para los aspirantes a novelistas o escritores. Esa entrada no existirá, de momento. Ni siquiera he escrito algo que me da vergüenza enseñar.

Enseguida pensé que yo no era nadie para dar consejos, que era posible que os confundiera, así que desistí. Incluso estaba leyendo un manual de escritura para sacar referencias y que el artículo fuera más completo.

Iba a hablaros de los tipos de narrador: 1ª persona, narrador omnisciente, omnisciente limitado… Iba a contaros cómo estructuro yo las tramas, cómo jugar con la longitud de las frases para crear un ritmo y que los textos tengan musicalidad. Cómo se escribe una escena de acción. Con frases cortas. Que den sensación de rapidez. Con verbos activos. Contundentes. Que todo sea vertiginoso. Y fugaz.

Quería hacer muchas cosas, pero todavía no estoy preparado para ello. Tampoco tengo fuerzas para intentarlo. Necesito descansar unas semanas de la escritura, vaciar mi cabeza de la ansiedad continua por saber si he cometido algún error. Si lo que escribo va a gustarle a alguien. Si… Ya está.

Hagamos una cosa. Si os parece bien, cuando haya adquirido los conocimientos suficientes, cuando tenga la seguridad para enseñar, os lo escribiré. Prometido. Espero ser mejor profesor que los que contrataba Dumbledore para el puesto de Defensa contra las Artes Oscuras.

Son dos promesas que sé que de ningún modo pueden aliviar el que haya roto la anterior. La gente quiere hechos.

Brandon Sanderson dice que entre el autor y el lector se genera un pacto. El escritor realiza una promesa al principio del libro que debe cumplir. Si la rompe, puede encontrarse con un gran enfado. Solo hay que ver lo que pasó con Daenerys en Juego de Tronos, mucha gente creyó que iba a ser la reina de Poniente y que reestablecería el orden, y luego…

El caso es que Brandon dice que, cuando rompes la promesa, debes dar al lector algo mejor, que no se espera. Que sirva como bálsamo.

Pues bien, he pensado en daros algo que no esperáis. El primer capítulo del libro en el que Efe (la Parca) cuenta su historia. Quizás os guste más que lo que había planeado.


Un saludo a todos. Y el 14 de junio sale La Prisión de los Sentimientos. Eso no lo incumplo.


 

PUÑOS Y BESOS



Me llamo Fenik. Sí, ese es mi nombre. Siempre me dijeron que era un chico sensible. Demasiado sensible. Y puede que tuvieran razón. Mi infancia la pasé sintiendo cosas. Los puños de mi padre, cuando me golpeaba cada vez que él llegaba borracho de la taberna. Y los besos de mi madre, eso también lo sentía. Cuando posaba sus labios allí donde él me había golpeado. No conseguía aliviar el dolor físico, pero sí que me hacía sentir un poco mejor.

Además, aunque te parezca raro, a mí me gustaba cuando me pegaba. ¿Sabes por qué? Porque en ese momento no estaba golpeando a mi madre. Éramos sus dos víctimas favoritas. Las únicas que tenía al alcance. Las únicas con las que se atrevía. Eran los escasos momentos donde ese ser debía pensar que era alguien de provecho. Todavía recuerdo a la perfección aquellos días. Cuando mi madre y yo estábamos en casa. Yo no quería dejarla sola. Y eso que tenía opción. Podía irme a jugar por ahí. Abandonarla a su suerte, no quedándome junto a ella a la espera del momento fatídico. Cuando la puerta se abría. Cuando los goznes chirriaban. El bajo de la puerta, que necesitaba ser limado, raspaba el suelo. Y allí aparecía la figura de mi padre, cuan alto era. Casi tanto como yo. Quizás incluso más, pero yo siempre lo veía encorvado por el alcohol que había bebido en la taberna.

Nos miraba. Con desprecio, a la vez que sus labios componían una sonrisa burlona. Parecía seleccionarnos, mientras nosotros temblábamos. Mi corazón se aceleraba y golpeaba en mi pecho. Él daba un paso hacia nosotros, que en silencio esperábamos que fuéramos el ganador de aquel sorteo. A veces teníamos suerte. Otras solo llorábamos, sintiendo cada golpe como si lo recibiéramos nosotros mismos.

Poco a poco, fui creciendo. Me hice muy alto enseguida. Me desarrollé antes que los demás niños. Urdía planes. Solo en mi mente, sin saber si me atrevería a llevarlos a cabo. Pensaba coger un cuchillo, escondérmelo en el bolsillo. Y, cuando la puerta se abriera, cerrarla para siempre.

Un día, los goznes chirriaron. Y yo llevaba el cuchillo en mi bolsillo. Él se acercó a mi madre, fue directo a ella, sin demorarse un instante. Como si ya de antemano lo hubiera decidido. Me lo imagino en la taberna, bebiendo sin parar esa asquerosa cerveza. Siendo el hazmerreír de todo el mundo. Y esperando el momento de volver a casa para sentirse el rey.

La agarró del pelo y la tiró al suelo. Ella gritó, lo mínimo posible. Parecía saber lo que a mí me dolían esos gritos, o lo que lo satisfacían a él. Me acurruqué en una esquina mientras temblaba. Intentaba abstraerme de lo que pasaba a escasos metros mío. Pero no lo lograba. Metí la mano en mi bolsillo. Encontré el frío tacto de la hoja del cuchillo. Me debatía. Escuché un grito. Me armé de valor, apreté la hoja hasta notar el corte en mi palma. El calor de la sangre que emanaba y que recorría mis dedos. Lloré. También en silencio, sabía lo que le dolía a ella oírme llorar.

Siempre le preguntaba a mi madre que por qué no nos fugábamos. Por qué no aprovechábamos una visita suya a la taberna para huir. Para poner tierra de por medio. Ella me acariciaba el pelo, y me decía con ternura que no podíamos, que a dónde íbamos a ir.

A algún sitio que no sea el infierno, pensaba yo. O a donde no esté el demonio, al menos.

Así que la puerta seguía abriéndose. Alguna vez incluso de madrugada, mientras dormía, escuchaba cómo se abría la de mi habitación. Esta no chirriaba, pero también raspaba el suelo. Me abrazaba a la almohada. La mordía con fuerza para contener mi rabia. Notaba como el colchón se hundía cuando él se apoyaba. Su fría mano acariciándome la nuca. El aliento cálido en mi oreja cuando me susurraba. Sus dedos tamborileando por mi espalda. Hasta llegar al pantalón, para bajarlo y empezar a hurgar.

Al rato, la puerta se cerraba. Y yo lloraba. No sé si de alivio o de qué, pero lloraba.

Y llegó el día en el que ya no se abrió más. Coincidió justo cuando mi madre enfermó, de gravedad. No podía levantarse de la cama. Nos abandonó, como hacen los cobardes, como las ratas cuando ven que el barco se hunde. Esa será la visión de algunos. Quizás le dimos tanta pena que no quiso que sufriéramos más. Al menos no por su mano.

El caso es que, aunque no te lo creas, la historia comienza ahora.



ME HE MOTIVADO Y HE PENSADO: ¿Y SI PONGO DOS? LAS MAYÚSCULAS SON PARA QUE SE ENTIENDA QUE NO FORMA PARTE DEL TEXTO DEL LIBRO. OS DEJO EN PAZ.



UNA SONRISA



Enseguida tuve que dejar la escuela (así escribo) y ponerme a trabajar. Hacía recados aquí y allá para todos los hombres del pueblo. Debía de traer dinero a casa; era la única forma de que pudiéramos comer. También de pagar las visitas del médico, que venía todos los días. Aplicaba varias infusiones de hierba que mi madre bebía. Pero cada vez se apagaba más. El médico no sabía con exactitud qué sucedía, incluso alguna vez me planteó la posibilidad de no venir más, de dejarlo estar. Pero yo conteniendo las lágrimas y apretando mis dientes le decía que no. Que no dejara de intentarlo. Eso no iba a suceder. Lucharía hasta que no quedara otra opción. Y todo saldría bien, mi madre sanaría. Y seríamos felices, por una vez. Nos lo merecíamos. Eso me repetía yo constantemente. Trataba convencerme de que al final todo este sufrimiento merecería la pena.

Así se lo prometía a mi madre cada noche que pasaba en vela mientras agarraba su mano. La acariciaba mientras ella dormía, sin que supiera que yo estaba allí. Quería aprovechar cada minuto del tiempo que me quedaba con ella. Porque, aunque yo mismo me dijera que no, sabía lo que iba a pasar. Que se iba a ir y jamás nos volveríamos a ver.

A veces se despertaba y descubría que yo estaba ahí al lado. Pero la fiebre la hacía delirar y la mayoría de días ni me reconocía. Otros sí.

—Fenik, cariño —decía mientras apretaba mi mano, con fuerza.

Con todavía más fuerza lloraba yo en aquellos momentos. Con la cara enterrada en una de las dos camisas que tenía. Pretendía que atenuara el ruido de mis sollozos. Que ella no lo escuchara. No, eso sí que no. No sé si sería consciente. Si en ese estado ella era capaz de procesar en su mente que yo estaba llorando, que sufría por ella. Pero hacía todo lo posible para que no se enterase. Para que en sus últimos días no sufriera por mí.

Cuando rayaba el alba, cuando los primeros rayos de sol entraban por la ventana, yo daba un soplido a la vela. Soltaba la mano de mi madre, no sin antes acariciarla y darle un beso.

Me miraba en el espejo, que me devolvía la imagen de unos ojos llorosos. Me lavaba con el agua de una jofaina, confiando en que arreglara un poco mi aspecto.

Cerraba la puerta de la habitación de mi madre. Y bajaba las escaleras con el corazón encogido, sabiendo que un día en esa habitación no dormiría nadie. Me imaginaba esos momentos, como si de algún modo pensara que así fueran a doler menos, como si anticipar el futuro fuera a convertirlo en algo menos doloroso. Pero es falso. Va a doler igual. Lo mejor es no dejarle paso, que no penetre en ti. Que sea incapaz de tocarte. No pensar en nada, crear una armadura, como la que tengo yo. Tardé en perfeccionarla, pero ahora me doy cuenta de que siempre seguí el mismo camino. Desde entonces trataba que mis sentimientos no penetraran en mí. Quizás algo en mi interior era muy sabio, y conocía que era el único modo de que no dolieran.

Y así hacía, cuando salía a la calle todo cambiaba. No porque fuera feliz allí fuera, no. Sino porque dejaba los problemas en mi hogar. Entonces, fingía que sonreía e iba a hacer mis tareas antes de visitar al médico. Yo creía que me quedaba bien, que lograba hacerla pasar por una sonrisa auténtica. Pero ahora estoy seguro de que cualquiera que se fijara un poco sabría que era una sonrisa triste. La más triste que habrían visto en su vida.



Y ME HE VUELTO A MOTIVAR. ¿Y SI PONGO UNA IMAGEN DE SHAJYA? TOMADLA. ES UNA IMAGEN DE UN VIDEOJUEGO: IMMORTAL FENIX RISING. TIENE TEMÁTICA DE LA GRECIA CLÁSICA. NO OS QUEDÉIS CON LA ROPA, SOLO CON LA CARA Y EL PELO. IGUAL ES CUTRE, PERO ES LO QUE PUEDO HACER.




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